Cómo prevenir el Cancer

 

 

COMO PREVENIR EL CANCER

En este especial sobre el cáncer vamos a explicar de una manera sencilla que es el cáncer, sus factores de riesgo, los excesos que hay que evitar a toda costa, las carencias que pueden acelerarlo y sobre todo la prevención desde distintos aspectos, haciendo especial incapié en qué tipo de alimentación debemos llevar y que suplementos podemos tomar para evitarlo. Gracias a los avances considerables de la investigación en los últimos años disponemos de un arsenal de medios naturales para prevenirlo y enfrentarnos a él. Todos podemos asumir un programa propio contra el cáncer, incluso con la ayuda de una consulta de oncogenética si fuera necesario ,y que puede personalizar un naturópata o un nutricionista epecializado incluso alguno de los escasos médicos nutriterapeutas que existen en la actualidad en nuestro país, ya que la medicina convencional dedica escaso presupuesto a la formación en nutrición de médicos y personal sanitario por no decir ninguna. Esto hace que los oncólogos tengan conocimiento de medicamentos quimioterápicos pero escaso o ningún conocimiento sobre nutrición y suplementación natural anti-cancer. Esto tiene como consecuencia que cientos de miles de pacientes que sólo confían en su oncólogo pierdan la posibilidad de verse enormemente beneficiados por alimentos y suplementos naturales de apoyo que son una herramienta fundamental para potenciar su sistema inmunológico, su tolerancia a los tratamientos agresivos así como disminuir sus efectos secundarios y superar esta enfermedad. Yo siempre afirmo que cuantas más herramientas tengamos a nuestra disposición más posibilidades tendremos de superar un cáncer.

La incidencia: casi una de cada tres personas se ve afectada:

La mentira de que el aumento del cáncer está ligado al envejecimiento de la población

Hace pocos días ocupaba la portada del diario ABC una noticia que decía así:

Resultado de imagen de portadas del periodico abc sobre el cancer en 2017

 

A pesar de que ahora se tratan mejor, la frecuencia del cáncer en la población ha aumentado en más del 40% durante estos últimos 25 años, y se prevé que crezca hasta un 70% en las próximas décadas.

España es uno de los países europeos en los que más tumores se diagnostican y más personas fallecen a causa del cáncer. Se calcula que en 2020 se diagnosticarán cerca de 250.000 nuevos casos de cáncer (es decir, en torno a 40.000 casos más que en 2012). Seguirá aumentando especialmente la incidencia de los tumores que ya son los más frecuentes hoy día (próstata, pulmón y colon para hombres; mama, colon y útero para mujeres). Y los niños no se quedan a la zaga en el imparable aumento en el número de casos. Así, el cáncer infantil es la primera causa de mortalidad por enfermedad hasta los 14 años. Cuando tras décadas de avances médicos se ha logrado reducir la mortalidad infantil por enfermedades infecciosas en todo el mundo, la mortalidad por cáncer infantil está aumentando.

 

Así que dejemos de decir que el aumento del cáncer está ligado al envejecimiento de la población, pues esta explicación no se sostiene.

 

La realidad es que hay varios factores que intervienen y producen un mayor número de casos de cáncer. Hay que destacar que esto se da sobre todo en los tipos de cáncer hormonodependientes, al haber un número muy grande de alteradores endocrinos que contaminan el aire que respiramos, el agua que be­bemos, los alimentos que ingerimos y todos los objetos que manipulamos en nuestra vida cotidiana. Y, al no querer asumir esta realidad, simplemente continuamos sufriendo esta plaga en plena expansión.

¿Qué es el cáncer?

A priori, el cáncer no es más que una simple célula que se topa con un fallo en la copia de sus genes en el momento de dividirse. Cada vez que el ADN de una célula se copia para fabricar otra célula, estos errores se van acumulando. Algunos de los errores no tienen consecuencias, otros tienen consecuencias benignas. Algunos modifican suficientemente la forma de las proteínas para volverlas menos eficaces (es una de las explicaciones del descenso del rendimiento con la edad) y otros van a permitir que se inicie una célula cancerosa.

Sufrimos entre medio y un millón de lesiones genéticas en las células todos los días, por lo que este fe­nómeno es bastante banal para los casi 100 billones de células de nuestro cuerpo. Cuando todo va bien, estas lesiones se reabsorben rápidamente gracias a unos sistemas de reparación del ADN. El problema es que estos sistemas se van estropeando con la edad, pero también por la contaminación, las carencias alimentarias y las inflamaciones crónicas, entre otras causas, y al no quedar reparadas, estas lesiones se convierten en mutaciones e implican riesgos de proliferación no controlada llamadas metástasis.

Y eso en definitiva es el cáncer: el clon de una sola célula -raramente de varias-, con los mecanismos de regulación alterados, que se va a multiplicar y diferenciar hasta el punto de convertirse en otro organismo, en una especie de invasor que parasita el organismo original y distorsiona sus recursos a favor, hasta que lo destruye.

Tipos de cáncer:

En función del tipo de célula que se encuentra en el origen del cáncer, distinguimos entre:

 • Carcinomas: cáncer que se origina en el epitelio, es decir, un conjunto celular formado por una o varias capas que recubre la mayoría de las estructuras del cuerpo, desde la piel hasta los órganos internos, mucosas, glándulas, etc.

• Sarcomas: cáncer que procede de tejidos conjuntivos (como los de los huesos).

 • Cáncer hematopoyético: cáncer de las células sanguíneas (como las leucemias, los linfomas y los mielomas múltiples).

• Blastomas, cáncer derivado de células embrionarias.

 

FACTORES DE RIESGO :

Todo el mundo lleva células cancerosas; algunas se vuelven malignas, pero otras no. ¿Qué hace que se active un cáncer? ¿Qué hace que se instale y colonice el cuerpo? ¿Por qué se vuelve maligno? La razón por la que hemos elaborado este número especial es para ayudarle a comprender y a “meter en cintura” esta enfermedad.

Todos aquellos factores capaces de activar las células cancerosas o de favorecer la proliferación tumoral reciben el nombre de carcinógenos. En el origen de todo cáncer encontramos una mutación provocada o bien por la copia del ADN de la célula, o bien porque la célula está sometida a un factor que la va a dañar (lesión) y luego la va a hacer mutar. Éstos son los principales factores mutágenos de riesgo que a continuación voy a desarrollar.

 

Los carcinógenos pueden dividirse en las tres categorías siguientes:

  1. Grupo 1, que comprende los carcinógenos definitivamente establecidos para el ser humano.
  2. Grupo 2A, que engloba los carcinógenos probables.
  3. Grupo 2B, con los carcinógenos posibles.

 

El tabaco

El número uno, es el principal factor de riesgo de cáncer; es el responsable de más del 33% de los casos de cán­cer en el hombre y de más del 10% en la mujer. Estas cifras están sufriendo un fuerte aumento entre las mujeres, que cada vez fuman más y empiezan más jóvenes. Así, el número de casos de cáncer de pulmón entre las mujeres se ha cuadruplicado entre 1980 y 2005.

El humo de un cigarrillo contiene 4.700 sustancias tóxicas, entre ellas numerosos potentes carcinóge­nos. Cada calada contiene 10.000 billones de radicales libres, las moléculas inestables que proceden de la oxidación de la célula.

El tabaco es un factor determinante y decisivo en la génesis, desarrollo y mantenimiento activo de la mayor parte de cánceres. Incluso el tabaquismo pasivo (cuando pese a no fumar, una persona aspira las sustancias tóxicas procedentes del humo que desprenden otros al fumar) contribuye a elevar el riesgo de cáncer de pulmón y de mama. El tabaquismo en el padre aumenta en un 50% el riesgo de leucemia en el hijo y, si ambos padres fuman, este riesgo se multiplica por cuatro.

El amianto

El tabaco es un factor determinante y decisivo en la génesis, desarrollo y mantenimiento activo de la mayor parte de cánceres. Incluso el tabaquismo pasivo (cuando pese a no fumar, una persona aspira las sustancias tóxicas procedentes del humo que desprenden otros al fumar) contribuye a elevar el riesgo de cáncer de pulmón y de mama. El tabaquismo en el padre aumenta en un 50% el riesgo de leucemia en el hijo y, si ambos padres fuman, este riesgo se multiplica por cuatro.

La OMS estima que todos los años 107.000 personas fallecen de un cáncer ligado a una exposición profesional al amianto. La exposición al amianto seguirá causando muertes en España hasta el año 2040, fundamental­mente a causa de mesoteliomas pleurales y carcinomas de pulmón.

Tomar el sol en exceso

Una exposición razonable al sol se asocia a una fuerte reducción del riesgo de varios tipos de cáncer principales, empezando por el de colon.

Por el contrario, una exposición excesiva al sol sigue siendo un factor importante de riesgo del cáncer de piel (epiteliomas y melanomas principalmente). En un adulto, una media del 4% de las células expuestas al sol sufre una mutación del gen “supresor de tumor” que codifica para la proteína P53. Pero ¡cuidado! Las cremas y aceites solares no ecológicos contienen unos alteradores endocrinos que aumentan el riesgo de padecer cáncer. Además, el uso de estas pantallas lleva a los consumidores a creerse protegidos y a exponerse de manera más intensa y prolongada, lo que aumenta así el riesgo de desarrollar un melanoma .Estamos ante uno de los peligros más importantes del que no se suele hablar.

La radiación

Existen otro tipo de radiaciones que desempeñan un papel importante en la activación del cáncer, al mismo nivel que la radiación solar. Son las siguientes:

 

  1. La radiación que emite el radón, un gas radiactivo que se encuentra de forma natural en ciertos suelos y tipos de rocas, que se encuentra presente en muchas viviendas y edificios, especialmente en determinadas regiones.
  2. La radiación cósmica, que afecta sobre todo al personal de cabina de los aviones y a los viajeros frecuentes.
  3. La telefonía inalámbrica:  teléfonos móviles ,anténas de telefonía, teléfonos inalámbricos dentro del hogar, Wifi y otro tipo de radiación electromagnética de alta frecuencia. Aqui tenemos que hablar de los efectos biológicos no térmicos que son los que han estado negando los lobbies de la telecomunicación a pesar de los miles de estudios científicos que demuestran sus efectos cancerígenos y daños en el sistema nervioso central y sistema endocrino. Además la  radiación eléctrica (no el campo magnético) con el calentamiento activa las células con efectos proinflamatorios que dañan los genes y aumentan los riesgos de de­sarrollar tumores cerebrales. Por fin  la OMS incluyo a la telefonía móvil como cancerígena en el punto 2ª. A pesar de esto, los periódicos, cadenas de televisión, radios etc no informan sobre ello debido a que todos pertencen a grupos de comunicación que son grandes accionistas o pertenecen a estos lobbyes de la multinacionales de las telecomunicaciones. Paises como Francia ya han prohibido el uso de antenas cercanas y Wifi en colegios, guarderías, residencias y otros organismos oficiales. La Agencia de Medio ambiente de la Unión Europea  instó hace 5 años a todos los gobiernos de la Unión Europea para que informasen a sus ciudadanos de no utilizar tecnologías inalámbricas dentro del hogar, utilizando para ello cable que no implica ningún riesgo de radiación.
  4. Las radiografías y las mamografías, cuya frecuencia deberíamos adaptar a los factores de riesgo de cada uno.
  5. El escáner, cuyo uso es indispensable contrarrestar asociándolo sistemáticamente a un suplemento radioprotector (ver el recuadro).
  6. Los tratamientos de radioterapia, causa importante de cánceres secundarios, que necesitan añadir protocolos de suplementación radioprotectora (que no se usan).
  7. Las Torres de alta tensión y transformadores. Evitar situarse cerca de estas instalaciones ya que es otro factor de radiación cancerígena.
  8. Los campos eléctromagnéticos dentro del hogar.- Sería muy importante solicitar un estudio a un técnico geobiologo para conocer y medir el campo eléctrico y magnético dentro de nuestro hogar sobre todo en la cama donde descansamos, ya que los cables eléctricos por detrás de la cabecera o un motor en la habitación contigua como un frigorífico pueden generar niveles peligros de campos electromagnéticos para las personas, así como evitar los radiodespertadores eléctricos en la mesilla.
  9. Las geopatias, igualmente sería importante solicitar un estudio a un técnico en geobiología para detectar las radiaciones nocivas procedentes de la tierra y que pueden afectar a nuestra vivienda, especialmente a la cama donde tenemos que pasar 7 u 8 horas descansando. Una alteración como un cruce de líneas Hartman, Curry, corrientes de agua subterránea y fallas que provocan una fricción de los electrones que en línea vertical provoca con el tiempo daños en los tejidos y células humanas.

     

    CONTAMINANTES Y EXCESOS QUE DEBEMOS EVITAR

     

 Hay censados en torno a 150.000 contaminantes que nos rodean en nuestro entorno más cercano. El aire, el agua, los alimentos, las casas, el transporte público, el lugar de trabajo, el ocio e incluso los cosmé­ticos y los medicamentos son nuestro pan tóxico de cada día. Muchos de estos contaminantes tienen efectos prooxidantes que dañan el ADN y son genotóxicos, mutágenos y capaces de activar el cáncer. Asimismo, lo más habitual es que estos contaminantes sean proinflamatorios y, por lo tanto, promotores del cáncer.

Como los efectos de varias sustancias tóxicas combinadas se amplifican, un contaminante no carcinógeno puede llegar a serlo por la interacción con otro contaminante. Esto es lo que llamamos cocarcinógeno. Por esta razón, hablamos de “efectos combinados”, ya que la toxicidad de determinados contaminantes se puede multiplicar por entre cien y mil veces debido a estas interacciones químicas.

 

La contaminación atmosférica

Los contaminantes atmosféricos, entre los que encontramos gases (óxidos de nitrógeno, dióxido de car­bono, dióxido de azufre, amoniaco, ozono…), compuestos orgánicos volátiles (COV), partículas en suspensión, pero también contaminantes orgánicos persistentes (POP) -como los pesticidas, la dioxina, los hidrocarburos aromáticos policíclicos y los alteradores hormonales-, se encuentran tanto en el aire exterior como en el interior.

  La OMS calcula que el coste en vidas de la contaminación del aire asciende a 7 millones de fallecimientos en todo el mundo, de los cuales 458.000 ocurren en Europa, y le imputa un número todavía más elevado de enfermedades, entre ellas el cáncer.

 

El 93% de los urbanitas europeos están expuestos a cantidades de partículas más elevadas de las que re­comienda la OMS. Las partículas ultrafinas o nanopartículas son las más tóxicas.

La contaminación del aire del interior de los edificios es todavía más nociva que la contaminación exterior. Entre los contaminantes ligados a las actividades profesionales, encontramos el tetracloroetileno y otros di­solventes carcinógenos en las tintorerías y gran número de industrias. Del mismo modo podemos incriminar:

  1. al ozono que despiden las fotocopiadoras.
  2. al formaldehído que despiden las moquetas.
  3. a los derivados bencénicos que emiten los desodorantes y otros perfumes del ambiente y que son factores inductores de diversos tipos de leucemia.
  4. a los pesticidas.

     

    Todas estas sustancias inhaladas dañan las vías respiratorias y pasan en su mayor parte a la sangre. Son factores importantes de cáncer de nasofaringe, senos paranasales, vejiga, leucemias, linfomas y mielomas entre otros tipos.

    Los venenos que comemos y bebemos

     

    Entre los contaminantes que encontramos en el agua, las bebidas y los alimentos tenemos nitratos, pesticidas, fertilizantes, medicamentos e incluso metales pesados. A esto hay que añadir el cloro, usado como antiséptico, el aluminio usado como floculante (para hacer precipitar las partículas más grandes del agua) o incluso el cobre procedente de las tuberías. Todos estos contaminantes tienen efectos directos y se conjugan y concentran en la alimentación. Es lo que se llama “bioacumulación” de contaminantes que aumenta, entre otros, el riesgo de cáncer de esófago, estómago, vejiga y mama.

    El cobre, reconocido a la vez como carcinógeno y factor de agresividad de los tumores, es un prooxidante y proinflamatorio muy potente capaz de dañar el ADN. Para numerosos autores es un potente estimu­lante de la angiogénesis y, por este motivo, una tasa elevada de cobre en el plasma de una persona con cáncer es sinónimo de un mal pronóstico.

    Los metales pesados -en particular el plomo, el cadmio (en el tabaco y los alimentos) y el mercurio-multiplican el riesgo de padecer cáncer de estómago, vejiga, mama, próstata y cerebro. Estos metales aumentan de manera general la mortalidad por cáncer de todo tipo, son capaces de sustituir al zinc en la proteína P53 y permitir a las células cancerosas evitar la apoptosis (es decir, su propio “suicidio” o destrucción provocada por el propio organismo).Otros metales pesado  es el arsénico abundante en el arroz regado en lugares donde esta sustancia está abundantemente, como zonas industriales y especialmente China.

    Los alimentos demasiado cocinados

      La potencia carcinógena de una carne demasiado hecha es la equivalente a la de entre 800 y 1.000 ciga­rrillos. Los derivados mutágenos procedentes de la deformación de las moléculas de las carnes y pescados a alta temperatura elevan el riesgo de desarrollar cáncer de colon, recto, páncreas, mama y próstata. Aceites demasiado cocidos, fritos, patatas fritas, chips, productos de panadería y pastelería tostados, galletas, café y verduras contaminadas por el herbicida Round Up (herbicida de amplio espectro a base de glifosato que se utiliza en los cultivos transgénicos o genéticamente modificados) contienen acroleína y acrilamida. Estas sustancias incrementan los riesgos de padecer cáncer de próstata, endometrio, ovarios, páncreas o riñón.

    El exceso de calorías agota al organismo

    Gran cantidad de estudios demuestra que un aporte energético elevado -haya sobrepeso o no- au­menta el riesgo de numerosos tipos de cáncer (en torno a un 43% más de la incidencia de todos los tipos de cáncer invasivos). Por el contrario, una cantidad de energía gastada en actividad física reduce los riesgos de todo tipo de cáncer en un 16%. Este riesgo ligado a la absorción de calorías en exceso sigue siendo más elevado para el cáncer de mama (+60 a 70%) y se multiplica por 22 para el cáncer de vejiga, en particular si se conjuga con el sedentarismo.

    Cuantas más calorías ingerimos, más estimulamos las vías que aceleran el envejecimiento que hacen que las enfermedades degenerativas (como el cáncer) sean más frecuentes y precoces. La combustión de las calorías en las mitocondrias se asocia con la producción de desechos en forma de radicales libres. Estos radicales libres son la fuente más importante de lesiones y mutaciones del ADN.

    Los beneficios de los Omega 3

    Los ácidos grasos omega 3 tienen los efectos inversos a los ácidos grasos saturados, ya sea en cuanto al sobrepeso, la fabricación de energía, oxigenación, inflamación, reducción de la duración de vida de los estrógenos o sensibilización de las células cancerosas a las defensas. Por lo tanto, un consumo más elevado de ácidos grasos omega 3 (o una relación optimizada entre omega 3 y omega 6) permite reducir los riesgos de cáncer de mama, pulmón, ovarios, colorrectal y de hígado... y eso también se da entre quienes padecen hepatitis crónica. El aporte en ácidos grasos omega 3 de origen animal disminuye el carácter proliferativo del cáncer de próstata y, por lo tanto, su mortalidad. El amplísimo estudio Vitamins and Lifestyle Study elaborado a partir de 70.495 personas demostró que los aportes más significativos en ácidos grasos omega 3 (a través de la alimentación o por los complementos alimenticios) reducen en un 23% la mortalidad por cualquier tipo de cáncer, 13% la mortalidad cardiovascular y 27% la mortalidad por cualquier causa en general.

    Evitar los agentes inflamatorios

  Uno de los orígenes de la inflamación es la activación de los glóbulos blancos que segregan sustancias corrosi­vas. Radicales libres, agua oxigenada, blanqueadores… todos estos proinflamatorios son capaces de dañar los genes y, por lo tanto, iniciar un cáncer. De manera general, todos los alérgenos y contaminantes menciona­dos desempeñan un papel en los demás episodios de la cancerogénesis: promoción, invasión, colonización…

Numerosos alimentos y nutrientes son proinflamatorios: la cafeína (por la liberación de histamina del estómago), el hierro, el cobre, el ácido araquidónico, determinados aminoácidos como la leucina; mien­tras que otros son antiinflamatorios (como los polifenoles, los antioxidantes, el magnesio, el zinc, los ácidos grasos omega 3, entre otros). Una alimentación proinflamatoria aumenta de manera significativa el riesgo de cáncer, por ejemplo de colon (+69%) y próstata (de +69 a +124%)

 

Evitar las grasas saturadas

 

 Las grasas saturadas (presentes en la mantequilla, el queso, las carnes grasas, el aceite de palma de los productos industriales…) sirven como carburante favorecedor para las células cancerosas, que aprenden a aumentar la degradación de los lípidos (la lipólisis) para captarlos con mayor eficacia. Estas grasas, que son inoxidables, vuelven la membrana de las células cancerosas insensible a los ataques del sistema inmunita­rio y, más tarde, al tratamiento por quimioterapia y radioterapia. Se puede decir que estos ácidos grasos saturados “blindan” las células cancerosas contra cualquier ataque. El aporte elevado de grasas saturadas representa un especial riesgo para el cáncer avanzado de próstata, páncreas, esófago y ovarios, pero no en el de mama, cánceres no evolutivos de próstata, colon, estómago, pulmón, riñón y vejiga, para los que no se ha constatado un aumento de los riesgos ligados a las grasas saturadas.

Entre los efectos nocivos de las grasas saturadas también está el alargamiento de la duración de la vida de los estrógenos transportados por las lipoproteínas de la sangre y las inflamaciones (las grasas saturadas inhiben el metabolismo de los ácidos grasos de tipo omega 3).

Evitar las infecciones crónicas

Entre los activadores más importantes del cáncer se encuentran tres infecciones crónicas: la infección por Helycobacter pylori en el estómago, las hepatitis crónicas para el hígado y los papilomavirus para el cuello uterino. El impacto inflamatorio de estas infecciones desempeña un papel a la vez iniciador y promotor. El cáncer gástrico es la segunda causa de mortalidad por cáncer del mundo y la Helicobacter está im-plicada en un 90% de los casos. El cáncer de hígado es la tercera causa de mortalidad por cáncer del mundo y el 80% de este tipo está ligado a una hepatitis crónica B o C. Por su parte, casi el 100% de los 500.000 casos de cáncer de cuello de útero que se contabilizan todos los años en todo el mundo se deben a 12 especies carcinógenas de papilomavirus. Más que la vacunación, que no es eficaz contra ninguno de estos virus, la prevención debería reposar principalmente en el preservativo, que protege al mismo tiempo de otras enfermedades peligrosas, incluida la hepatitis crónica.

El alcohol

El exceso de alcohol es un factor de riesgo de cáncer de hígado, esófago, laringe, faringe, esfera bucal y mama. Un buen aporte de vitamina B9 permite disminuir en gran medida e incluso anular el aumento de este riesgo. Cabe destacar que el consumo regular y moderado de alcohol -de uno a dos vasos de vino tinto al día- permite reducir los riesgos de cáncer colorrectal y riñón, a la vez que reduce en torno a un 33% la mortalidad global por cáncer.

 

CARENCIAS A TENER EN CUENTA

Vamos a ver  las principales carencias que, por el hecho de disminuir su energía básica, favorecen el avance del cáncer.

Lo que permite que las células transformen en energía los nutrientes que captan son las mitocondrias, una especie de pequeñas centrales nucleares ubicadas en el interior de la célula. La combustión de calorías en las mitocondrias produce unos desechos llamados radicales libres, que son cuantitativamente la fuente más importante de lesiones y mutaciones del ADN.

 

Cada vez hay más investigadores que consideran que las mutaciones del ADN de las mitocondrias desem­peñan un papel importante en el avance tumoral. En primer lugar, porque los radicales libres que originan las mutaciones son principalmente de origen mitocondrial. Luego porque la alteración de este ADN mito­condrial tiene un doble efecto nocivo indiscutible:

 

  1. Por un lado, el descenso de la energía disponible (necesaria para neutralizar los radicales libres, las sustancias tóxicas, reparar los desgastes que generan, defenderse por inmunidad o apoptosis).
  2. Por otro, el aumento de las fugas de radicales mutágenos.

     

    Por el contrario, todos los mecanismos fisiológicos que favorecen un mejor funcionamiento de las mi­tocondrias se ha demostrado que tienen un efecto “antiproliferativo”. Llegar a esta conclusión tiene im­plicaciones prácticas que no se deben desdeñar en términos de prevención y tratamiento del cáncer.

    En realidad, disponemos de numerosas herramientas a nuestro alcance para optimizar el funcionamiento de las mitocondrias. Entre las más importantes tenemos las siguientes:

  3. practicar deporte (implica una multiplicación de las mitocondrias).
  4. respirar bien.
  5. favorecer la distribución del oxígeno gracias a los omega 3.
  6. corregir los déficits (de magnesio, etc.).

     

    Ahora va a ver las principales carencias que disminuyen su capacidad de producir la energía indispensable para hacer frente a la enfermedad:

    1-El sedentarismo

    Nos falta oxígeno. Sedentarismo, poca aireación de los espacios donde vivimos y trabajamos, transporte público… la suboxigenación es la consecuencia directa del ritmo de vida urbano y moderno. ¿Y cuál es su resultado? Fugas de radicales libres en masa que provocan la asfixia de los glóbulos blancos y favorecen las mutaciones, en especial del ADN mitocondrial. La suboxigenación se ve agravada por el sobrepeso, la depresión, el estrés e incluso las carencias de ácidos grasos omega 3, que facilitan el transporte de oxígeno por parte de los glóbulos rojos. Con la edad se va produciendo una hipooxigenación crónica, ya que el flujo sanguíneo se ralentiza de manera natural por el espesamiento de los tejidos.

    2-La pérdida de masa muscular

    Cuando envejecemos, la masa muscular disminuye. Perdemos células y la actividad física se ralentiza. Esta pérdida de mús­culo, llamada sarcopenia, se ve agravada por las inflamaciones, las infecciones crónicas o incluso las carencias de zinc (sin el cual no es posible sintetizar las proteínas). Y precisamente esta masa muscular es la que contiene más mitocondrias, encargadas de suministrar su energía a la célula. Cuantas más mitocondrias, mayor capacidad tienen las células de quemar calorías, disminuir las fugas de radicales libres, los riesgos de sobrepeso y, por lo tanto, el aumento de la energía disponible para todas las defensas antitóxicas, antiinflamatorias, inmunitarias…

     

    La masa muscular es también una reserva de glutamina, un aminoácido que sirve como carburante es­pecial de los glóbulos blancos encargados de destruir los agentes infecciosos de las células cancerosas. Ya esté ligada al sobrepeso o a la disminución de la actividad física ligada a la edad, la pérdida de músculo aumenta el riesgo de cáncer y acelera el ritmo del avance del tumor. Hay estudios que han mostrado que la sarcopenia está asociada a una toxicidad mayor que la quimioterapia y aumentaría de manera significativa el  mal pronóstico.

    3-Dormir bien

    El sueño es un momento especial en el que se puede invertir mucha más energía en actividades de defensa y reparación de los órganos y tejidos. Dormir bien es indispensable para desintoxicarse, así como para la inmunidad y para la reparación de los desgastes oxidativos e inflamatorios (en particular del ADN). Por lo tanto, los trastornos del sueño, que hoy por hoy afectan a más de uno de cada tres españoles, desempeñan un papel importante en el riesgo de padecer un cáncer.

     

    La melatonina, una hormona segregada por la glándula pineal, responsable de la inducción y mantenimiento del sueño en todas sus fases, es el director de orquesta que marca el ritmo de las fases del sueño y la vigilia, pero también un potente antioxidante protector y un modulador de las hormonas sexuales. Por lo tanto, la reduc­ción crónica de la melatonina tiene una acción que promueve directamente el desarrollo de tipos de cáncer hormonodependientes (algunos cánceres de mama y el 80% de los casos de cáncer de próstata).

     

    El trabajo a turnos y los desajustes horarios se consideran probables carcinógenos. Así, los trabajadores cuyos turnos van rotando tienen un mayor riesgo de padecer un cáncer colorrectal, mientras que las azafatas, los enfermeros y las personas expuestas a fuertes campos magnéticos (inhibidores de la secreción de melatonina) se ven más expuestos a padecer un cáncer de mama.

     

    4- El sobrepeso

    El tejido adiposo contiene una enzima, la aromatasa, que permite fabricar estróge­nos, incluso después de la menopausia. Pone en reserva los contaminantes liposolubles (entre ellos los famosos “alteradores endocri­nos”), que pueden volver a liberarse años des­pués de la exposición. Asimismo, bloquea total o parcialmente las vitaminas antioxidantes li­posolubles, así como la vitamina D, todas ellas implicadas en la protección contra el cáncer.

     

    5-Los traumas emocionales y el estrés.

    Como ya investigaron numerosos médicos, como el Dr. Hammer los conflictos emocionales sin resolver o traumas importantes son una causa más que evidente de cáncer.

    Sin haberse valorado por completo, el estrés y el cansancio (y su primer cofactor, el déficit de mag­nesio) son en la práctica factores carcinógenos cuantitativamente muy importantes. Como efecto secundario tienen la insuficiencia de todos los siste­mas de defensa, ya sean antitóxicos, antioxidantes, antiinflamatorios, inmunitarios, apoptóticos o de reparación del ADN.

     

    En los casos de estrés intenso y crónico, o bien aquellos asociados a una depresión, la elevación del cortisol (una hormona que segrega la glándula suprarrenal del córtex) tiene efectos inmunodeprimentes (que debilitan las defensas inmunitarias). El estrés y el déficit de magnesio son unos cocarcinógenos tan eficaces que inducen ambos y en sinergia una mayor penetración del hierro en las células. Así, se observa un aumento del 122% del riesgo de cáncer de mama con un estrés crónico y del 256% cuando sobrevienen episodios estresantes. Varios estudios también ponen en evidencia una incidencia de patologías múltiples incrementadas en los oficiales de policía, entre las cuales tenemos el cáncer de colon, riñón, esófago, tubo digestivo, mama, testículos y la enfermedad de Hodgkin.

    6- Nutrientes protectores. Cuidado con su déficit

    Los nutrientes ocupan un lugar esencial en la activación y el mantenimiento del conjunto de las defensas an­tioxidantes, antiinflamatorias, antitóxicas, reparaciones del ADN, inmunitarias y apoptóticas. Se considera cocarcinógeno, es decir, que favorece que se desencadene un cáncer, el déficit en los nutrientes siguientes:

    1. -Vitamina D
    2. -magnesio
    3. -zinc
    4. -vitaminas B9, B12, C y E
    5. -carotenoides, selenio y aminoácidos sulfurados

       

      Otros principios activos presentes en la alimentación (por ejemplo el licopeno, los polifenoles, el sulfo­rafano, el indolC3 carbinol y fucoidanos), pueden desempeñar a veces un papel más importante aún en los sistemas de protección contra el cáncer, aunque no sean indispensables desde el punto de vista de las necesidades puras nutricionales.

       

      El déficit devitamina D

       

      La vitamina D desempeña un potente papel antiinflamatorio y proinmunitario. Quince minutos de ex­posición a los rayos UVB al día nos permiten captarla y sintetizarla. También se encuentra en pequeñas cantidades en el pescado procedente de mares fríos (caballa, aceite de hígado de bacalao), el salmón, la soja e incluso la clara de huevo. El déficit de vitamina D es un factor de riesgo que fomenta una quincena de tipos de cáncer, entre ellos los de mama y próstata, colon y recto, cuello uterino, ovarios, endometrio y vulva, esófago, estómago y páncreas, vejiga y riñón, pulmón y linfomas.

       

      El déficit demagnesio

       

      Un déficit de magnesio implica una mayor penetración de hierro en las células, con una serie de conse­cuencias nefastas: los genes del ADN son más inestables, por lo tanto, más sensibles a las mutaciones la sensibilidad a la insulina disminuye, lo que aumenta su factor de crecimiento (el IGF1), que es un potente promotor del cáncer.

      1. Los individuos son más sensibles a los efectos de los metales pesados y el alcohol.
      2. los riesgos de sobrepeso aumentan y así disminuye la capacidad de los sistemas de defensa de producir energía.

        Las carencias de magnesio favorecen el estrés, la ansiedad, la impulsividad y el riesgo de conductas de riesgo (consumo de más calorías, azúcar, alcohol, tabaco…). Provocan trastornos del sueño, alterando la secreción de la preciosa melatonina. Las personas con unos menores aportes de magnesio presentan un mayor riesgo al cáncer colorrectal, de próstata y de pulmón.

        Para contener los efectos inflamatorios de las descargas de hierro ligadas al estrés, se reco-mienda consumir entre 400 y 600 mg de magnesio al día a través de la alimentación o en forma de complementos. Un estudio demuestra que el consumo diario de magnesio suele estar muy por debajo (en torno a 240 mg al día).

        El déficit dezinc

        El zinc es un nutriente indispensable para la síntesis de proteínas. Sin él se pone en entredicho el buen funcionamiento de las operaciones que afectan al ADN, incluidas las reparaciones. La falta de zinc debilita el conjunto de los sistemas de defensa de la célula, que se vuelve especialmente vulnerable a la toxicidad de los metales pesados. Esta carencia desestabiliza también una molécula llamada glutatión, que ayuda a la célula a desintoxicarse. De este modo, las carencias de zinc están sujetas a un aumento de la actividad de la aromatasa, una enzima que produce estrógenos en los tejidos adiposos.

         

        Los déficits devitaminas B9 y B12

         

        Las vitaminas B9 y B12 intervienen en el funcionamiento del sistema nervioso y en la formación de los glóbulos rojos. Un aporte insuficiente de vitaminas B9 (también llamadas folatos) implica tantos desgastes sobre el ADN como una exposición a las radiaciones ionizantes (radioterapias, rayos X, etc.). Unos apor­tes optimizados de folatos y vitamina B12 tienden a reducir algunos riesgos de cáncer, como el de cuello de útero y de páncreas. Pero tras una cierta edad o en presencia de factores de riesgo, como una poliposis familiar (enfermedad hereditaria), pueden aumentar los riesgos de padecer cáncer colorrectal o de próstata.

         

        Si sopesamos los papeles iniciador y promotor de estas carencias, comprenderemos que es urgente activar un enfoque preventivo global del cáncer. El fracaso patente de lucha contra el cáncer está ligado al hecho de que se han centrado de manera tecnorreduccionista en invertir siempre más medios técnicos para combatir la enfermedad una vez aparece, en lugar de insistir en su prevención.

         

        Un nuevo enfoque global preventivo pasa por un saneamiento del aire, el agua, los alimentos, la forma de cocinar, las prácticas médicas… pero también por la corrección de los excesos y los déficits nutricionales y la promoción de hábitos diarios protectores como la actividad física, una mejor gestión del estrés, del sueño, la exposición a la luz solar, etc.

      3.  CÓMO PREVENIR EL CANCER

      4. LOS ALIMENTOS

      5. El tabaco, el alcohol, el azúcar y las calorías son unos ansiolí­ticos y serotoninérgicos que tienen unos efectos psicotrópicos y moduladores de las pulsiones y tensiones interiores. Pero los mismos efectos se pueden obtener a través de otras “drogas” con una relación riesgo/ beneficio mucho mejor, como son los glúcidos lentos, el deporte diario, la natación, los masajes, la mú­sica, los viajes, la creación, la meditación, el yoga, el amor…

 

Escoja cuál le va mejor. Las “drogas buenas” no exigen más que una buena incorporación a nuestros hábitos cotidianos. Además, debe acompañarlo de unas buenas condiciones de sueño (evitando las esti­mulaciones luminosas al final de la jornada –televisión y otras pantallas–), así como respirar al aire libre, respirando hondo varias veces al día.

El método Okinawa

El método Okinawa, inspirado en el pueblo de Japón que vive en la isla del mismo nombre. Los habitantes de Okinawa tienen la reputación de ser el pueblo del mundo que vive más tiempo con buena salud y que presenta unos riesgos de padecer cáncer unas cinco o seis veces inferiores a los nuestros. Básicamente el método Okinawa aconseja una mayor cantidad de verduras que de proteínas animales, ningún producto lácteo de ningún tipo, más pescado que carne y mejor té que café. A estos pre­ceptos se añade la recomendación de consumir grandes cantidades de soja, té verde, cúrcuma, setas y algas.

El archipiélago de Okinawa, tiene el récord de longevidad de personas centenarias y supercentenarias (que han superado los 110 años de edad), pero también ostenta el récord de longevidad conservando un buen estado de salud. En él se da unas cinco veces menos afectación del cáncer de mama y seis veces menos de cáncer de próstata que en el resto del mundo.

 

Existen también otras regiones donde la longevidad conservando una buena salud es claramente mejor que la nuestra, combinada con una incidencia muy baja del cáncer. Esto ocurre en algunas zonas de la cuenca mediterránea, en particular en Creta y Cerdeña, la China rural o Costa Rica. Si los habitantes de esas regiones tuvieran un secreto contra el cáncer.

Los polifenoles

El consumo diario de vino tinto (entre uno y dos vasos al día como máximo), permite protegerse de de­terminados tipos de cáncer, así como del riesgo cardiovascular, la degeneración macular y el alzhéimer. Es evidente que esto es intrínseco a nuestra cultura y no figura en absoluto en la dieta de Okinawa, en la que se consume awamori, un alcohol de arroz.

 

Además, el chocolate negro, las bayas de frutos rojos, púrpuras o violetas, que se consumen muy poco en Okinawa, aportan polifenoles que reducen ampliamente los riesgos. En un sentido global, se trata de una alimentación antiinflamatoria.

 

Escoja productos frescos, ecológicos, locales, en lugar de alimentos industriales, que tienen contami­nantes, aditivos, azúcares, grasas y sal, y que a su vez se envuelven con plásticos que contienen alteradores endocrinos. No se debería consumir ningún producto graso en un plástico, en tanto no encontremos una solución que sea fiable, además de prohibir los ftalatos y el bisfenol A.

Evite la carne chamuscada como barbacoas y parrilladas

Pruebe la “barbacoa vertical”, con recuperación de las grasas para evitar car­bonizar la carne y el pescado. En lugar de agredir los alimentos con el calor o freírlos o chamuscarlos demasiado, ¿ha pensado en las marinadas, la cocción al vapor o el caldo corto? De este modo, va a evitar fabricar contaminantes mutágenos que pueden encontrarse en cantidades superiores a los que se concen­tran en el humo de los cigarrillos.

Los suplementos de nutrientes

Hay numerosas medidas que permiten reducir la carga tóxica del aire que respiramos, el agua que be­bemos, los alimentos que ingerimos, la ropa que llevamos, los cosméticos que nos aplicamos mañana y noche, los lugares de trabajo y los medios de transporte, así como los lugares de ocio que frecuentamos. La primera: salir entre 15 y 20 minutos para “recargar las baterías” al sol. Pero en invierno, como no hay suficientes UVB, tenga en cuenta los complementos de vitamina D, cuya toma se debe aumentar y alargar en función de la edad.

 

También es recomendable tomar complementos minerovitamínicos con el fin de aportar las cantida­des óptimas que la alimentación variada no llega a suministrar. ¡Cuidado! Éstos no deben contener nunca hierro, cobre o manganeso. Piense también en complementos que contienen protectores como la N-acetilcisteína y la glutamina, pero también magnesio y, eventualmente, polifenoles si los aportes no son suficientes, en especial en caso de inflamación.

Medicamentos peligrosos

El paracetamol es un analgésico eficaz, pero hace caer en picado el desintoxicante principal del hígado, el glutatión. Así pues, debilita muchísimo el organismo ante todos los contaminantes. Si no podemos pasar sin él, hay que tomar un poco de vitamina C y N-acetilcisteína.

No olvide nunca que los medicamentos son xenobióticos (moléculas ajenas) que se comportan como contaminantes. Invertir en la optimización de las elecciones nutricionales, la práctica de actividades físicas diarias, la gestión del estrés, la desintoxicación, el uso de complementos alimenticios y evitar al máximo las sustancias tóxicas permite limitar la toma de numerosos medicamentos que no son indispensables.

Evite en lo que pueda las radiaciones de las ondas

Teléfonos inalámbricos, wifis, Radiografías, mamografías, escáneres… su prescripción y frecuencia deben estar justificadas y –espe­cialmente en el caso del escáner– deben asociarse sistemáticamente a la toma de un suplemento alimenti­cio radioprotector o de reparación del ADN (que contenga N-Acetil-Cisteína, vitamina C, zinc, selenio, silicio, vitamina B, betaina, taurina, polifenoles de té verde, etc.).

En cuanto al teléfono móvil, lo que reduce su nocividad es no pegarlo a la oreja, utilizar auriculares y evitar llamar montado en el transporte público, donde la radiación está amplificada. Se trata de acciones cotidianas sencillas y fáciles que puede empezar a poner en práctica desde este mismo momento.

 

 LAS  SOLUCIONES NATURALES

Desde 1945, la agricultura y la alimentación han conocido cambios drásticos y, con su industrialización, han aportado cantidades considerables de azúcares rápidos, grasas saturadas y trans, sal y otros aditivos ocultos. Asimismo, hemos observado un desmoronamiento de la relación omega 3/omega 6. La conse­cuencia de todo esto es que los alimentos proinflamatorios han tomado el control del organismo, com­binados con una epidemia de sobrepeso y diabetes, epidemia a la que debemos añadir un estilo de vida cada vez más urbano y un sedentarismo crecientes, una disminución de los tiempos que compartimos en familia, con la comunidad, en actividades culturales, así como del tiempo que pasamos en la naturaleza. Todo ello condimentado con el estrés y una nube de contaminantes y alteradores endocrinos.

 

Quizá todo lo anterior suene desesperanzador, pero hay que enfrentarse cara a cara con la verdad para comprender cómo el entorno es la fuente misma de esta explosión de la enfermedad.

 

Sí, el entorno afecta mucho más que la herencia, pero esto podría también considerarse una buena no­ticia, ya que basta con observar el impacto increíblemente positivo que puede tener un entorno sano, o saneado, sobre la salud.

 

LAS 8 CLAVES DE LA LONGEVIDAD

De una punta del planeta a la otra, encontramos puntos en común en todos estos modelos de longevidad conservando un buen estado de salud:

• una alimentación menos calórica, con más productos vegetales que animales.

• un consumo diario de alimentos y bebidas protectores.

• ausencia de sobrepeso.

• una actividad física diaria intensa (muy a menudo ligada a las faenas rurales).

• un mayor contacto con la naturaleza.

• una menor industrialización y contaminación.

• una vida personal intensa de apoyo que reduce considerablemente el impacto del estrés.

• y a menudo una filosofía que permite apreciar el mundo y su existencia.

 

La alimentación contra el cáncer

 Más energía con menos calorías

 

Incluso sin sobrepeso, un consumo elevado de calorías se asocia no sólo con un mayor riesgo de cáncer, sino también con un descenso de la esperanza de vida. Producir más energía con menos calorías es uno de los medios más eficaces para ralentizar el envejecimiento y reducir todos los riesgos de patologías degenerativas, entre ellos el cáncer. Esto se ha demostrado en más de 200 especies animales y encontramos este eje central en el modelo Okinawa, todavía más eficaz que el modelo mediterráneo.

 

 Pero ¿cómo consumir menos sin pasar privaciones?

 

Empecemos alejando una idea falsa: no se trata de privarse ni de sufrir inútilmente, puesto que existen soluciones muy sencillas que podemos integrar de manera progresiva en la rutina diaria y, al ponerlas en práctica y constatar el bienestar y el placer que se derivan de las mismas, estos nuevos hábitos van a integrarse de forma duradera en nuestra vida cotidiana.

Esto empieza mucho antes del consumo en sí de alimentos. Para empezar, haciendo la compra de manera di­ferente, evitando las compras compulsivas y optando, siempre que se pueda, por mercados y tiendas ecológicas en lugar de acudir al supermercado, además de hacer la compra después de haber comido en lugar de antes, para no hacer elecciones de urgencia y, ante todo, escogiendo por sistema la calidad antes que la cantidad.

 

 Estresarse ante el plato

Me gustaría plantearle una pregunta: ¿da a las comidas todo el valor que se merecen? ¿Por qué no con­vertirlas en un momento privilegiado, por ejemplo, preparando una hermosa mesa, acompañándolas de música o de silencio para darles así el tiempo de apreciarlas y de compartir? A mí, por ejemplo, me gusta “dedicarme unos momentos” antes de sentarme a la mesa: respirar y moverme un poco, para volver a centrarme y no llegar estresado al plato. Eso permite también evitar la dimensión compulsiva de las comidas.

 

Existen estrategias positivas que le van a ayudar a limitar el consumo de calorías. Éstas son algunas, pero no dude en añadir las suyas propias a la lista.

Para empezar, bébase un gran vaso de agua o de zumo de tomate en lugar de un aperitivo con alcohol antes de las comidas, lo que tendrá un efecto de “sacietógeno”. A continuación, coma una buena ensalada o un buen plato de sopa, que va a tener el mismo efecto. Sirva los alimentos más calóricos en porciones pequeñas y en platos pequeños, de forma que tendrán un aspecto más voluminoso. Además, cuanto más cortados, trinchados o picados están los alimentos calóricos, más volumen adquieren y satisfacen el hambre en pequeñas cantidades (una característica de la cocina asiática). El sabor de las especias acelera el efecto de saciedad. En cuanto a la cocción, utilice aceite únicamente si no puede hacerlo de otro modo. En todos los casos, opte por las formas más crudas: marinadas, cocción al vapor, caldos cortos o wok.

Hay cosas sencillas que tenemos tendencia a olvidar: observe, huela, mastique lentamente, conserve el primer bocado unos instantes antes de tragarlo, vaya dejando reposar el tenedor con regularidad... Del mismo modo, escuche a su cuerpo cuando diga que ya no quiere más, sin verse obligado a acabarse el plato. No coma más si ya no tiene hambre, puede saltarse alguna comida cada cierto tiempo o incluso hacer una microcomida.

 

Identifique sus carencias (atención, respeto, estima y afirmación de uno mismo, afecto, sexualidad, éxito, necesidad de cultura, creatividad, cumplimiento de los sueños), las que tienda a compensar con atracones y deles respuesta. Establecer una lista de recompensas no alimentarias es una buena manera de evitar compensarlas comiendo. Por último, identifique con la ayuda de un médico nutriterapeuta las carencias y los déficits nutricionales que pueden implicar una búsqueda inapropiada de calorías y alterar el control de las pulsiones (lo más frecuente es que sean de magnesio).

 

Disfrutar en la mesa,la abundancia vegetal

 

Los estudios son claros: consumir más verdura protege no sólo de numerosos tipos de cáncer, sino también del sobrepeso, la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y la mayoría de otras patologías degenerativas, incluidas las cerebrales. Dos amplios estudios publicados en 2014 hicieron el seguimiento durante quince años de 61.647 británicos y los resultados mostraron que aquellos que habían consumido carne se veían el doble de afectados por el cáncer que los consumidores de pescado o los vegetarianos. En el Adventist Cohort Study (96.000 participantes), se descubrió que una alimentación vegetariana reduce la frecuencia del cáncer de próstata en un 35% y del colorrectal en un 50%. La mortalidad por cáncer de mama se reduce en un 48% y la mortalidad cardiovascular baja al 68%. Discúlpeme por esta sucesión de cifras un tanto fastidiosa, pero es necesaria para comprender lo potente que llega a ser el “fenómeno vegetal”.

 

Pero las verduras no sólo son pobres en calorías, sino que tienen también otras ventajas maravillosas. En primer lugar, su riqueza en agua permite una mejor hidratación, menos estreñimiento e inflamación del colon; además son bajas en grasas, azúcares y proteínas, una información que no podemos desdeñar cuando sabemos que cantidades elevadas de proteínas aumentan la velocidad del envejecimiento y facili­tan la fijación de los carcinógenos sobre el ADN y, por lo tanto, las mutaciones.

Del mismo modo, son bajas en aminoácidos proinflamatorios como la leucina o en favorecedores de la proliferación como la metionina, pero también en hierro, un violento proinflamatorio factor de cre­cimiento de las células cancerosas. Las verduras tienen un efecto trófico (que participa en la nutrición y el crecimiento) sobre la flora digestiva. Tienen menos concentración de sustancias tóxicas, en particular liposolubles y alteradores endocrinos, que los productos cárnicos. Por último, son ricas en antioxidantes y en principios activos antiinflamatorios, pero también en moléculas desintoxicantes, en estimulantes de la reparación del ADN y en principios activos antiproliferantes, entre otros. En la mesa, hay que ponerlas sin dudar para que los niños las empiecen a comer ya desde su primera infancia.

 

Colocar en un lugar razonablelos alimentos deorigen animal

 

A la inversa, las investigaciones han demostrado que el consumo excesivo de productos de origen animal está fuertemente asociado a un aumento de la frecuencia de numerosos tipos de cáncer. No voy a citar más que unos pocos resultados: En Japón, país donde tradicionalmente se consumía muy poca carne, se ha conocido una explo­sión de su consumo del 700% desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, así que ya puede adivi­nar lo que ha ocurrido: un incremento del 400% de la frecuencia de cáncer colorrectal.

 

  1. En las mujeres, por cada 50 g al día de consumo de carne roja, el riesgo de cáncer de riñón aumenta un 36% y un 72% por cada 50 g de carme procesada de más (embutidos, carnes industriales…).

     

    El estudio EPIC asocia un efecto protector a un aporte elevado de verdura acompañado de la re­ducción de los productos cárnicos en casi todos los tipos de cáncer, salvo en los de vejiga, que no es significativo. Pero en otro estudio de EPIC elaborado a partir de 469.339 hombres y mujeres, aparece tras más de once años de seguimiento que por cada aumento del 3% del aporte energético en forma de productos cárnicos, el riesgo de cáncer de vejiga aumenta un 15%, mientras que para un aumento del 2% del aporte energético en forma de verdura, el riesgo disminuye en un 23%.

    Consumimos demasiados productos de origen animal. Tan sólo las mujeres embarazadas o anémicas y los niños en edad de mayor crecimiento tienen necesidad de productos cárnicos todos los días, sobre todo para asegurar unos aportes suficientes de zinc y hierro. Además, los productos animales están mucho más contaminados que los vegetales, en particular por carcinógenos como los alteradores endocrinos, las dioxinas y los metales pesados. Y esto afecta tanto al pescado como a los huevos no ecológicos.

     La carne: ¿Cuántas veces por semana?

    Salvo en el caso de mujeres embarazadas o con anemia y en niños en edad de crecimiento, no es necesario consumir carne roja más de una vez por semana. A corto plazo se va a sentir mucho mejor y va a aumentar considerablemente sus posibilidades de vivir mucho tiempo libre de cáncer y de otras enfermedades degenerativas. En caso de carencia de zinc, asegúrese los aportes mediante un complemento general sin hierro ni cobre, que contenga un zinc biodisponible como el citrato.

    ¿Cómo hacer que las proteínas animales sean menos carcinógenas?

    Todos los días, sin saberlo, hacemos algo extremadamente peligroso al preparar la carne y el pescado de manera agresiva (es decir, a la barbacoa, al grill, al horno, frita...). De este modo, nosotros mismos producimos carcinógenos como mínimo tan potentes como los de un cigarrillo. Sí, lo ha leído bien. Toda parte ennegrecida o incluso únicamente oscurecida de la carne o el pescado contribuye a au­mentar los riesgos de varios tipos de cáncer, y no sólo de los digestivos: colon, recto, mama, próstata, páncreas, pulmón.

     

    Peter Moller estudió en Estocolmo los efectos sobre el ADN de los glóbulos blancos. Los resultados muestran que la potencia mutágena y carcinógena de una carne demasiado hecha es equivalente a la de entre 800 y 1.000 cigarrillos. ¿De qué sirve dejar de fumar si en la propia cocina ya preparamos algo peor?

     

    Los productos tostados y fritos (como los cruasanes, los saladitos y la repostería o las patatas fritas), si se consumen con mucha frecuencia, incluso entre los niños, son también nidos de carcinógenos. La acroleína que se obtiene a partir de la combustión de las grasas, en particular de las barbacoas (como el benzopireno, que es también una de las sustancias tóxicas más potentes del humo del cigarrillo y de la contaminación del aire), es un potente mutágeno y cancerígeno. Asimismo está implicada en el asma, las patologías inflamatorias y cardiovasculares, la esclerosis múltiple y el alzhéimer. Se utilizó como gas de combate en la Primera Guerra Mundial, entre 1914 y 1918.

    El consumo frecuente de productos fritos, que contienen acroleína, acrilamida, aminas heterocíclicas y aldehídos se asocia a una frecuencia más elevada de varios tipos de cáncer, entre ellos los de próstata, endometrio, ovarios, páncreas y riñón. También encontramos acrilamida en las patatas fritas y chips, los productos de panadería y pastelería tostados, las galletas, el café y en la verdura cocida contaminada con Round Up (un herbicida que utiliza poliacrilamida como aditivo).

     

    Mi recomendación es que, para la carne y el pescado, opte por preparaciones no agresivas: sushi, tartar, marinadas, pochado, cocción al vapor, a la plancha, etc. Asimismo, sustituya las patatas fritas, las galletas y la repostería por productos frescos. Y el café por el té.

     

    Reducir los productos lacteos

    Digan lo que digan los organismos oficiales y la publicidad, los productos lácteos son:

  1. -ricos en leucina, un aminoácido que estimula la vía proinflamatoria, aceleradora del envejeci­miento y favorecedora del oncógeno mTOR,
  2. -estimulan la secreción de IGF1, otro acelerador del envejecimiento y promotor del crecimiento tumoral.
  3. -aumentan la secreción de insulina, un factor que está siempre implicado en el sobrepeso, acelera­dor del envejecimiento y factor de crecimiento del cáncer.

     

    Un gran número de estudios ha mostrado un aumento severo de los riesgos de cáncer de próstata ligado a un consumo de productos lácteos, yogures incluidos. El estudio de 142.251 hombres en la European Pros­pective Investigation into Cancer and Nutrition (EPIC) observa que, por cada 35 g de productos lácteos de más consumidos al día, el riesgo de cáncer de próstata se incrementa en un 32%. Y esto también afecta al cáncer de mama. En un estudio estadounidense, se hizo el seguimiento de 1.893 mujeres diagnosticadas en un estadio precoz de cáncer invasivo durante una media de doce años. Aquellas que consumían lácteos, pero sólo una porción al día o menos de un producto lácteo entero presentaron un 20% de riesgo más elevado de mortalidad, un riesgo que aumentaba hasta casi el 49% si las mujeres consumían más de una porción al día.

     

     

    ¿Con qué sustituimos los productos lácteos?

     

    Es fácil sustituir la leche de vaca en las recetas por leches vegetales, por ejemplo, leches de soja o de arroz , leche de almendras, de quinoa, de avellanas... En lugar de mantequilla, cocine con aceite de oliva o aceite de soja. Opte también por la soja a la hora de cocinar en lugar de la nata fresca y cambie por yogures de soja con bífidus los yogures de leche de vaca u oveja. En cuanto al queso, si no se es intolerante ni se tiene un fuerte riesgo o ya se está enfermo, puede ser un alimento delicioso: un trocito para saborearlo acompañado de un vaso de vino tinto.

     

     

    Grasas: mejorar la relación omega 3/omega 6

    Hemos visto que las grasas saturadas son proinflamatorias. Sirven de carburante para las células cance­rosas y las vuelven insensibles a los ataques, ya sean los del sistema inmunitario o más tarde por parte de la quimioterapia o radioterapia.

     

    Reforzando las células cancerosas, los ácidos grasos saturados se convierten en “promotores” y de este modo contribuyen a dejarlas escapar de las defensas naturales y luego a librarse de los tratamientos. Por lo tanto, nos interesaría reducir el consumo de mantequilla en beneficio de aceites protectores como el de oliva o de colza. Asimismo, habría que sustituir el consumo excesivo de queso y los dulces por fruta, la carne por pescado graso pequeño y siempre huir de los productos industriales etiquetados con aceites “vegetales” (que de hecho son casi siempre de palma, palmiste o coco).

     

    Los ácidos grasos trans que encontramos en las margarinas y los productos industriales agroalimentarios tienen efectos todavía más negativos que los ácidos grasos saturados. Y no siempre aparecen en el etique­tado. Por lo tanto, le aconsejo que directamente los consuma lo menos posible.

     

    Los ácidos grasos omega 6 en exceso son también proinflamatorios y promotores (uno de los más potentes en cuanto al cáncer de mama), lo que implica que hay que eliminar los aceites de girasol, maíz, semillas de uva, soja y nueces y reducir también por este motivo el consumo de los productos industriales que los utilizan.

     

    Los ácidos grasos omega 3 tienen los efectos exactamente contrarios a los ácidos grasos saturados, trans y omega 6. Son antiinflamatorios, antipromotores y vuelven vulnerables las células cancerosas ante los sistemas de defensa y los tratamientos. Asimismo, reducen el riesgo tanto de sobrepeso como de hiperes­trogenia y aumentan la energía disponible para los sistemas de defensa. Hay tres mecanismos que contri­buyen de manera significativa a sus efectos contra el cáncer. Un consumo más elevado de ácidos grasos omega 3 ó una relación omega 3/omega 6 optimizada reducen los riesgos de cáncer de mama, colorrectal, pulmón, hígado (y esto incluso entre los portadores de hepatitis crónica) y ovarios, pero también el ca­rácter proliferativo del cáncer de próstata y la mortalidad por su causa.

     

    En cuanto a los omega 3 de origen animal, un metaanálisis elaborado a partir de cuatro estudios registra una reducción media del 63% de la mortalidad ligada al cáncer de próstata con el consumo de pescado, fuente principal de omega 3 de origen animal.

     

    En un estudio sueco se constató que la mortalidad por cáncer de próstata de los mayores consumidores de grasas saturadas se ve aumentada en un 139% para el ácido mirístico y en un 188% para los ácidos grasos saturados cortos, mientras que se reduce en un 40% entre los mayores consumidores de ácidos grasos omega 3 de origen marino. Por desgracia, hay un problema...

     

    Las principales fuentes marinas de omega 3, el pescado, el marisco y los crustáceos, están contaminadas por organoclorados, dioxinas, alteradores endocrinos, mercu­rio e incluso arsénico, todas ellas sustan­cias carcinógenas.

     

    Entonces, ¿de dónde obtenemos los áci­dos grasos omega 3 sin intoxicarnos? Ante todo se recomienda evitar los pesca­dos predadores: tiburón, pez espada, atún o dorada, que contienen más contaminantes. Del mismo modo se aconseja no consumir grandes cantidades de marisco y mezclar su aporte en omega 3 de origen marino con el de origen vegetal. En cuanto a los complementos alimenticios, es preferible escoger los que están formulados a partir de aceite de krill o de microalgas.

     

Cabe destacar que: los ácidos grasos omega 3 no toleran el calor,el aceite de colza sólo se puede utilizar para aliños y los pescados grasos pequeños se deben consumir marinados, al vapor o pochados a fuego lento.

 

 

El top ten de las verduras anticáncer

Los polifenoles abarcan los principios activos más potentes como antioxidantes. Son neutralizadores del hierro y el cobre, antiinflamatorios, antimutágenos, estimulantes de la reparación del ADN, antipromo­tores, antiangiógenos e incluso a veces rediferenciantes naturales conocidos. No le va a sorprender ver aparecer como alimentos y bebidas contra el cáncer los que son más ricos en estas sustancias. Los poli­fenoles son unos verdaderos medicamentos que segregan los vegetales para protegerse. Así, al consumir vegetales, nos beneficiamos de los efectos de estos medicamentos naturales. La naturaleza es hermosa, extensa y generosa; no hay más que aprovecharla haciendo las elecciones adecuadas.

 

ELVINO TINTO (EN DOSIS MODERADAS)

Un estudio sueco puso en evidencia que los consumidores de dos vasos de vino tinto o más a la semana tenían un 40% menos riesgo de desarrollar un cáncer de riñón que aquellos que no lo tomaban. Otro resultado elocuente: entre 36.250 hombres sanos de mediana edad a los que se hizo un seguimiento du­rante entre doce y dieciocho años, se registró un descenso de la mortalidad, sumadas todas las causas, del 33% entre los consumidores moderados de vino a diario, incluido el cáncer.

 

Pero ¿cuál es la dosis correcta? ¡No se trata de acabarse la botella! Se aconseja entre uno y dos vasos de vino tinto al día para los hombres y uno en el caso de las mujeres. Algunas cepas, como el Pinot noir, son más ricas en polifenoles y resveratrol, uno de los principios activos contra el cáncer más potentes del vino tinto.

 

 TÉ VERDE

Numerosos estudios clínicos han puesto en evidencia los efectos anti­tumorales, preventivos y a veces co­terapéuticos del ECGC, el polifenol principal del té, sobre la mayor parte de tipos de cáncer (estómago, hígado, colon, próstata, pulmón y leucemia, entre otros). Tan sólo algunos tipos de cáncer como los gliomas no pare­cen sensibles al consumo de té.

 

Si le gusta el té negro, tómelo por las mañanas. Es más rico en teína, pero de media diez veces menos rico en polifenoles. Durante el resto del día, se recomienda con­sumir té verde. Se puede espolvorear té verde matcha en polvo, que es mucho más rico (más de cien veces más concentrado), sobre los postres, incorporarlo a las salsas o sopas, etc. Debe ser ecológico. Los tés blanco y oolong, el hibisco y el rooibos tienen también efectos protectores

 

EL MEJOR ACEITE DE OLIVA

Un metaanálisis de diecinueve estudios que incluía a 13.800 pacientes y 23.340 testigos puso en evidencia que un consumo más elevado de aceite de oliva se asocia a una reducción del 59% de la incidencia de todos los tipos de cáncer (el 45% de la frecuencia de cáncer de mama y el 64% sobre el riesgo de cánceres digestivos).

 

El mejor aceite para cocinar, sin dejar jamás que se queme, es el aceite de oliva extravirgen, lo más verde y turbio posible (así es más rico en polifenoles). Siempre debe presentarse en botella de cristal (el plástico contiene alteradores endocrinos).

 

 FRUTA Y  VERDURA DE COLORES

Si una fruta o verdura es verde, es que predomina la clorofila; si es naranja, el betacaroteno y, si es roja, el lico­peno. Cuando es negra, violeta, azul o púrpura, tiene muchos polifenoles. La clorofila es un potente antioxidante y se asocia al magnesio, que apoya todos los sistemas de defensa. El betacaro­teno y el licopeno son dos carotenoi­des, también antioxidantes, pero que tienen otras acciones contra el cáncer. Ayudan a mantener e incluso a restau­rar la cohesión celular y aumentan las células Natural Killers (NK), que son las más importantes contra las células cancerosas. El licopeno se opone tam­bién a la angiogénesis. Por lo tanto, todos son anticarcinógenos.

 

 LA FRUTA Y LA VERDURA FRESCA

Se sabe que otras frutas y verduras, a veces desprovistas de todo color, se asocian a efectos contra el cáncer si se consumen con regularidad. Sobre todo es el caso de aquellas que son ricas en vitamina C y vitamina B9. Ambas vitaminas desempeñan papeles importantes en la desintoxicación, la inmunidad y el mante­nimiento de la integridad del genoma, incluida la reparación del ADN. Sin embargo, estas dos vitaminas detestan el calor, que las destruye casi por completo. Por lo tanto, estas frutas y verduras no protegen salvo si se consumen frescas.

 

En cuanto a la vitamina C, la tenemos en los cítricos, el kiwi, la papaya, la guayaba, el mango, la fresa, la col, el berro y los pimientos, entre otros. Y la vitamina B9, en el hígado (por ejemplo el foie gras micuit), las oleaginosas (almendras, nueces, avellanas), el aguacate, la verdura (de nuevo las espinacas a la cabeza) y el melón, entre otros.

Una primera misión, que es bastante sencilla, consiste en asegurarse de que que aparezcan todos los colores del arcoíris en el plato, todos los días y cuantos más mejor (en cada ensalada, sopa...).

Lo siguiente: cuanto más color tenga la verdura, más proba­bilidades tendrá de ser protectora. Por ejemplo la remolacha, muy rica en antocinas y polifenoles, o la naranja sanguina. La lechuga no presenta casi ningún interés, pero los estudios han mostrado que la col lombarda, la de color violeta, es un potente antiproliferativo. Hoy en día encontramos versio­nes violetas de numerosas verduras y frutas: patatas violetas o de la región francesa de Auvernia, zanahoria violeta que se cultiva en algunos lugares de España o de Grecia, roma­nesco (híbrido de brécol y coliflor), entre otros.

Las personas mayores de Okinawa también habían encon­trado la manera de cultivar un boniato violeta. En cuanto a la verdura verde, las espinacas están en lo más alto del hit parade de la potencia antiproliferativa

 

LA GRANADA

 

La granada contiene numerosos polifenoles, entre ellos algunos específicos como la punicalagina, un polí­mero de ácido elágico cuya bioactivación por la flora del colon da origen a unos catabolitos identificados en el tejido prostático como principios activos principales de los efectos anticarcinógenos, las urolitinas.

 

En los estudios experimentales, los polifenoles de la granada han demostrado tener unos efectos antipro­liferativos sobre las células cancerosas de la mama, la próstata, el colon y el pulmón. Se puede consumir la fruta sin más. Si se opta por tomarla en zumo, se debe escoger no solamente ecológico sino con alto contenido en polifenoles, ya que se observan diferencias drásticas en los contenidos. Los polifenoles de la granada, como las catecinas del té verde, la quercetina o los citroflavonoides, se integran también en algunos complementos alimenticios.

 

 

LAS ESTRELLAS: LAS ALIÁCEAS Y LASCRUCÍFERAS

 

Las verduras que sobresalen contra el cáncer proceden de dos familias prestigiosas: las aliáceas y las crucí­feras. Presentan a la vez propiedades altamente desintoxicantes, antimutágenas y antiproliferativas.

 

Entre las aliáceas tenemos el ajo, el ajo de oso, la cebolla, las chalotas, las finas hierbas y los puerros. Un consumo elevado se asocia a una reducción de los riesgos de numerosos tipos de cáncer.

 

Dos amplios estudios caso-control, uno suizo y el otro italiano, han mostrado que un consumo regular de ajo o de cebolla (casi siempre más potente) hace disminuir entre un 31 y un 86% los cánceres de boca y faringe, laringe y esófago, además de los cánceres colorrectales y de riñón. Sin embargo, el efecto es menos marcado para el cáncer de tipo hormonodependiente (cáncer de mama, ovarios o próstata). Su integración en la vida diaria reduce también de manera muy significativa el riesgo de estadio previo de adenoma de la próstata: el 28% entre los mayores consumidores de ajo y hasta el 69% entre los mayores consumidores de cebolla.

 

Las crucíferas: brócoli, coliflor, col, col roja, col rizada, kale, nabo, berro, mostaza, rábano picante, wasabi… contienen glucosinolatos convertidos en isotiocianatos, como el sulforafano, un estimulante muy potente del mejor sistema de neutralización de contaminantes que posee el hígado. Son también antiinflamatorios, antiproliferativos, proapoptóticos y modulan la epigenética.

 

  1. Los indol 3 carbinol (I3C), que también encontramos entre las crucíferas, intervienen asimismo como:
  2.  
  3. inhibidores del enlace al ADN de los carcinógenos.
  4. estimulantes del catabolismo de los estrógenos.
  5. factores antiproliferativos a través de numerosos mecanismos.
  6. antiangiogénicos.
  7. antiinvasivos.
  8. proapoptóticos de una gran variedad de factores,
  9. inductores de los Death receptors, lo que explica, además de las capacidades preventivas, las accio­nes sinérgicas con las quimioterapias y radioterapias.

     

Por último, las crucíferas son particularmente ricas en vitamina K, que desempeña, junto con la vitamina D, un papel importante en la prevención del cáncer.

 

Más allá de los colores y la verdura fresca, no olvide aprovechar la inestimable ayuda de aliáceas y crucífe­ras. Todos los días tome un poco de cebolla, ajo, finas hierbas en las ensaladas y sopas y, como mínimo, una verdura de la familia de las crucíferas. Quienes tengan aversión por el sabor fuerte de las aliáceas pueden decantarse por las cebollas tiernas o el ajo marinado, que han perdido por completo su agresividad sin haber abandonado sus cualidades nutritivas.

 

En Okinawa se consumen todos los días y bajo formas mejoradas que empiezan a llegar a Europa, como el ajo negro fermentado.

  

 LA CÚRCUMA

La curcumina es el pigmento que da su her­mosa tonalidad dorada a la cúrcuma y es también un principio activo reputado por sus efectos antimutágenos. La curcumina es un aliado de excepción para los tejidos celu­lares, cuya cohesión refuerza. Por sí sola, la curcumina desencadena una inhibición de la proliferación, la invasividad y los procesos metastáticos. Sin contar con su capacidad de enviar señales apoptóticas que desencadenan el suicido de las células iniciadas.

 

Hoy en día, gracias a un gran número de estudios, se sabe que tomar cúrcuma, sola o combinada con polifenoles o fitoestrógenos de soja, logra incluso hacer que disminuyan lesiones marcadas, como las provocadas por la inflamación de los senos (poliposis, una enfermedad hereditaria transmitida por una mutación), o por el tabaco para el cáncer de colon. Se han observado estos mismos efectos reparadores sobre lesiones precancerosas de la boca y sobre el antígeno específico de la próstata, el PSA, principal marcador del cáncer.

 

Una manera sencilla de integrar la cúrcuma en la vida diaria es comprar polvo de cúrcuma (ecológico) y espolvorearlo sobre los platos salados. Personalmente, nunca salgo de casa ni de viaje sin un frasquito. Y lo que es mejor, usted mismo puede hacer, como yo, una mezcla de polvos, por ejemplo de cúrcuma, jengibre, ajo o ajo de oso y cebolla

 

LA SOJA EN TODOS SUS ESTADOS

La soja vuelve ¡y por la puerta grande! Necesitamos los fitoestrógenos que contiene en grandes cantidades para protegernos de los riesgos inflamatorios y cardiovasculares. Los fitoestrógenos de la soja (también pertenecientes a la familia de los polifenoles) reducen el riesgo de los tipos de cáncer más extendidos (mama, próstata, endometrio, colon, estómago y pulmón).

 

Al sustituir la leche de vaca por leche de soja enriquecida con calcio, muy fácil de encontrar, obtenemos un doble efecto contra el cáncer: evacuamos un potente promotor e introducimos un potente antipro­motor. Es fácil integrar de manera progresiva productos a base de soja en la vida cotidiana: yogures de soja (con bífidus), soja cocinada y tofu de soja que pueden también servir como base de salsas, pastas para untar a base de soja y algas, tortas de tofu con verduras, etc.

 

Para perfeccionar su arsenal, no dude en aumentar el consumo de legumbres y semillas de sésamo o linaza, que aportan lignanos, otro tipo de fitoestrógenos.

 

LAS ALGAS Y LAS SETAS

Las algas y las setas contienen unas formas particulares de polifenoles y otros principios activos, como el yodo o los fucoidanos (un azúcar que secretan las algas), que intervienen por ejemplo en la epigenética (esos mecanismos que modifican la expresión de los genes sin cambiar su estructura), así como en la inmunidad y la apoptosis.

 

Se trata de unos alimentos que no debemos desdeñar, ya que es bien sabido que los aportes de yodo suelen ser insuficientes de forma generalizada. Una carencia susceptible de provocar un aumento del riesgo de hipotiroidismo, sobrepeso y cáncer de mama.

 

Entre las setas, algunas han demostrado actividades contra el cáncer muy marcadas: los orejones, el sabroso agaricus blazei con sabor a almendra, el shiitake, el maitake y su aire de coral de los bosques o el reishi (ganoderma). Todos estos hongos son también buenas fuentes de vitamina D, capital en la prevención del cáncer. No sorprende, pues, encontrar estas dos familias de setas en la alimentación tradicional de Okinawa. Así pues, incorpore a su carrito de la compra unas cuantas setas frescas.

 

Y consumir algas a diario también es muy fácil: unos gramos al borde del plato, en ensaladas de algas o en forma de pasta para untar. Además de innovar en la cocina, introducir estos dos alimentos en pequeñas cantidades a diario va a optimizar los aportes de yodo, vitamina D y principios activos contra el cáncer.

 

Rodearse de amigos en lugar de enemigos

 

El aire, el agua, los alimentos, la ropa, el transporte público, los lugares de trabajo… están hoy en día considerablemente contaminados y muchos de estos contaminantes son carcinógenos. ¿Podemos reducir, sin imponer un catálogo de restricciones, la presencia de estos enemigos en la vida diaria? Sí, siempre que sigamos unas cuantas recomendaciones.

 

Si es adicto al tabaco, piense en las “drogas buenas” como el deporte (natación, yoga…), el chocolate negro o incluso complementos de magnesio. Además de desestresar, ¡son mucho menos tóxicos!

Rara vez lo tenemos en cuenta, pero la calidad de los sistemas de ventilación es también esencial, tanto en casa como en el lugar de trabajo. Del mismo modo, hay que evitar en la medida de lo posible los habitáculos y los vehículos nuevos, que desprenden gran cantidad de compuestos químicos volátiles. Y si le apetece dar un nuevo toque a sus interiores, opte por construcciones y decoración con materiales ecológicos.

 

En casa, sustituya los desodorantes y ambientadores en aerosol (que contienen derivados bencénicos, factores de leucemia) por flores perfumadas o aceites esenciales. Evite asimismo las moquetas y los tejidos en el mobiliario, pues son nidos infestados de polvo que facilitan la inhalación de contaminantes y están casi todos impregnados de retardantes de llama. En el exterior, cuide el jardín sin pesticidas.

Preste también mucha atención al agua que bebe. Evite el agua del grifo, demasiado rica en cloro, ma­teriales pesados, pesticidas y medicamentos, y pásese a las aguas minerales embotelladas, aunque colocar un filtro de carbón activo en el grifo de la cocina es otra opción.

 

Hay que evitar a toda costa los productos grasos que vienen en envoltorio de plástico. Los aceites, las margarinas, las salsas, los platos preparados, las conservas, las latas y otros recipientes son verdaderas bombas promotoras del cáncer, ya que están atiborradas de alteradores endocrinos. Por su parte, los pro­ductos industriales, todavía más contaminados, se deben desterrar del carrito de la compra y sustituirlos por alimentos ecológicos, más ricos en polifenoles que los mismos alimentos no ecológicos.

 

El mismo razonamiento vale para los productos del hogar y la ropa, y lo mismo pasa a la hora de escoger los productos cosméticos: adquiera productos ecológicos, sin parabenos, como cremas y aceites solares que no contienen alteradores endocrinos.

 

Por último, puede poner en práctica hábitos muy sencillos. Un primer hábito consiste en aclarar a conciencia la vajilla para eliminar los restos de detergente. Otro, en este caso para “cargar las pilas” de vitamina D, sería exponerse al sol sin protección, en torno a 15 minutos, entre primavera y finales de verano. Por último, en cuanto a los teléfonos móviles, es preferible utilizar un auricular y evitar llamar en el transporte público, pues se amplifica considerablemente la radiación.

 

Hay otras cosas que puede hacer frente al cáncer. La primera de ellas es la práctica de una actividad física diaria regular, una verdadera arma contra el sobrepeso, el estrés y las compulsiones tóxicas, que además refuerza la inmunidad. En función de las preferencias de cada uno, las posibilidades son infinitas y se pueden integrar con facilidad en casa, en el transporte público e incluso en el trabajo.

Una de las grandes olvidadas es la energía, que es por otra parte el ele­mento esencial de toda defensa, ya sea antitóxica, de reparación del ADN, inmunitaria, apoptótica, etcétera. El cansancio favorece la iniciación y la liberación de las células cancerosas, de ahí la importancia de evitar al máximo el agotamiento y el estrés. Es también esencial dormir bien, así como rodearse de personas que su­pongan un apoyo afectivo sólido, al igual que tener una filosofía personal de apreciación de la existencia.

Desde este punto de vista, una su­plementación de magnesio es una buena base, ya que facilita la adopción de otras herramientas contra el estrés y la fatiga.

En el ámbito de la vida sexual, hay que velar siempre por reforzar las defensas inmunitarias y evitar las infecciones crónicas (sobre todo la hepatitis crónica y el papilomavirus) o incluso protegerse con un preservativo (a las mujeres los demás medios de anticoncepción las exponen a carcinógenos, como el papilomavirus, o incluso pueden ser promotores, como la píldora).

 

Limitar la toma de medicamentos

 

El paracetamol es un analgésico eficaz, pero hace des-cender en picado el desintoxicante principal del hí-gado, el glutatión y entonces el organismo se vuelve más vulnerable a todos los contaminantes. El glutatión tam-bién ha resultado crucial para la inmunidad. Si no puede pasar sin el paracetamol, hay que tomar un poco de vita-mina C y N-acetilcisteína para compensar este efecto. Los medicamentos son xenobióticos (es decir, son moléculas ajenas) que se comportan como contaminantes. La optimización de estas elecciones nutricionales, la práctica de actividad física diaria, la gestión del estrés, la desintoxica-ción y los complementos alimenticios deberían permitir limi-tar la toma de numerosos medicamentos no indispensables

 

Los complementos alimenticios

 

Ante todo, lo que debemos comprender es que estos complementos no sustituyen los buenos hábitos alimentarios ni un modo de vida sano. Por el contrario, tienen interés si aportan lo que una alimentación bien escogida no logra aportar. En ese caso, sí procuran unos beneficios indiscutibles. Es el caso de éstos:

 

LA VITAMINA D

Su déficit afecta a un porcentaje muy alto de la población europea, pues en invierno, los rayos UVB son totalmente insuficientes para fabricarla a partir del sol. Ahora bien, un metaanálisis de la Escuela de Salud Pública de Harvard llegó a la conclusión de que tomar 2000 UI de vitamina D al día permite reducir a la mitad la frecuencia del cáncer de mama.

 

Otra síntesis de estudios que abarcaba a 26.018 hombres y mujeres con edades comprendidas entre los 50 y los 79 años puso en evidencia una mortalidad, sumando todas las causas, un 57% más elevada en el 20% de los que presentaban la cantidad más baja de vitamina D. Para aquellos que ya habían desarrollado un cáncer, la mortalidad aumentaba en un 70%.

 

 LA VITAMINA K

Menos conocida, la vitamina K se está revelando cada vez más como algo tan importante como la vita­mina D en la prevención del cáncer. Un aporte superior reduce en un 63% el riesgo de cáncer de próstata avanzado y entre un 36 y un 46% el riesgo de cualquier tipo de cáncer. Su suplementación disminuye en un 87% el riesgo de cáncer de hígado en las personas aquejadas de hepatitis crónica.

 

EL ZINC Y LASVITAMINAS B9 Y B12

 

Nos encontramos ante los tres micronutrientes más importantes para el mantenimiento del ADN. El zinc desempeña un papel preponderante en las defensas inmunitarias y apoptóticas. Ahora bien, en general los aportes de zinc son inferiores a las recomendaciones en casi el 100% de la población adulta y su absorción disminuye con la edad.

 

En cuanto a los déficits de vitaminas B9 y B12, se dan con cada vez más frecuencia con la edad. Por lo tanto, si los nutrientes esenciales o protectores no se aportan lo suficiente con la alimentación, está justifi­cado aportarlos, como la vitamina D, mediante complementos. Y figuran en complementos “generalistas” con el objetivo de tomar estos complementos a diario. Pero hay que respetar siempre unas reglas básicas:

  1. nunca hierro, cobre ni manganeso, que son prooxidantes e incompatibles con los antioxidantes.
  2. utilizar formas biodisponibles de minerales (por ejemplo, el citrato para el zinc).
  3. sustituir la vitamina E sintética por natural, ya que la sintética podría tener efectos proinflamatorios.

     

    Las formas más avanzadas de estos complementos generalistas incluyen vitaminas y minerales que hasta ahora se habían pasado por alto, como la vitamina K o el yodo, y añaden otros protectores como polife­noles y la N-acetilcisteína para favorecer las desintoxicaciones.  

     

    No obstante, debemos tomar una precaución: en caso de infección bacteriana u ORL (otorrinolaringo­lógica), suspender la toma de zinc durante el episodio infeccioso y ocho días después para que el zinc no aproveche las proliferaciones bacterianas.

     

     EL MAGNESIO

    Este mineral tiene dos funciones principales: la producción de energía y el ahorro energético. No está direc­tamente implicado en la prevención del cáncer, pero es fundamental para garantizar suficiente energía a todos los sistemas que intervienen en esta prevención, como la desintoxicación, la reparación del ADN, la inmuni­dad, la apoptosis y para luchar contra los potentes efectos proinflamatorios y carcinógenos del estrés (sobre todo por la penetración del hierro en el in­terior de las células, lo que tiene efec­tos iniciadores y promotores).

    El magnesio está presente en com­plementos generalistas. No obstante, como los aportes están por debajo de lo recomendable (unos 400 mg) y dado que el estrés aumenta sus ne­cesidades y su estabilidad a lo largo del día, muy a menudo hay que to­marlo en las dos comidas en las que no se tome un complejo generalista. Los magnesios de tercera generación incluyen una forma liposoluble no laxante, el glicerofosfato, re­tenedores celulares como la taurina, la arginina y la vitamina B6.

     

    ¿Qué hacer en caso de exceso de hierro?

     

    El hierro es a la vez un violento prooxidante, proinflama­torio y factor de crecimiento de todo agente infeccioso y de células cancerosas. Se va acumulando con la edad y, en mayor medida, si somos grandes consumidores de carne. Los hombres, que no tienen la menstruación y que en general comen mucha más carne que las mujeres, se ven afectados por este exceso mucho antes que las mujeres, al igual que los por­tadores de enfermedades genéticas como la hemocromatosis. Por lo tanto, es indispensable hacerse un análisis del hierro (ferritina y coeficiente de saturación de la transferrina, que se interpreta en función del estado inflamatorio).

    En caso de sobrecarga de hierro debemos:

  1. suprimir la carne roja y reducir los aportes de carne blanca.
  2. tomar té verde tras cada comida (los taninos inhiben en gran medida la absorción de hierro).
  3. no tomar complejos que contengan vitamina C al acabar comidas con proteínas animales.
  4. donar sangre en un centro de transfusión hasta que la ferritina descienda por debajo de los 100.
  5. tomar magnesio y polifenoles en complementos (son los dos protectores principales del exceso de hierro).
  6.  

     

    LOS POLIFENOLES

     

    Al contrario que las vitaminas D y B, el zinc, el magnesio y el selenio, para los que la alimentación actual no puede aportar las cantidades suficientes, los aportes alimentarios se pueden optimizar de manera muy sencilla: fruta y verdura de colores, té verde, vino tinto en dosis moderadas, chocolate negro, etc. Sin embargo, con determinados factores de riesgo y la edad, es interesante garantizar aportes formulados, en particular de sustancias que suelen ser protectoras como las antocianinas del arándano, las catecinas del té verde, los polifenoles de la granada, la quercetina, los citroflavonoides… Para ello, existen complementos que contienen diferentes familias de polifeno­les. Es mejor tomarlos por la mañana y al mediodía en lugar de por la noche, ya que también son dinamizantes.

     

    ¿Qué hacer para prote­gerse de los estrógenos?

     

    En primer lugar, no aconsejo ni anticonceptivos orales que, ade­más de los peligros de las hormonas (trastornos tromboembólicos y au­mento de los riesgos de cáncer hor­monodependiente), no protegen de las infecciones de transmisión sexual implicadas en el cáncer (pa­pilomavirus y hepatitis crónica), ni el tratamiento hormonal sustitutivo de la menopausia, cuya relación be­neficio/riesgo es todavía peor.

    Existen soluciones para la meno­pausia con una relación mucho mejor, como la DHEA combinada con fitoestrógenos. En caso de hi­perestrogenia, que se puede mani­festar con ciclos que se soportan mal ya desde joven, síndrome pre­menstrual o asociado a fibromas, mastosis o endometriosis, es mucho menos recomendable tomar hor­monas como la progesterona, un promotor peligroso y muy potente.

    La hiperestrogenia se puede mo­dular mediante la corrección de un déficit de vitamina B6 y el derivado activo de la vitamina B6, el piri­doxal fosfato (PLP), que es el mo­dulador fisiológico del receptor del estradiol. Reducir las grasas satura­das, trans y omega 6 en favor de las omega 3 también ayuda a modular el fenómeno, así como la toma de fitoestrógenos (de 50 a 125 mg/d). Y si esto no bastase, tomar indol C3 carbinol estimula el catabolismo del estradiol en el hígado.

    La corrección del déficit de vita­mina B6 se hace por medio de una cura de tan solo un mes de en torno a 100 mg de vitamina B6 al día (en general asociada a otras vitaminas B en dosis correctivas). Se debe com­binar con magnesio, sin el cual la vitamina B6 no se activa en el PLP. El relevo lo toma el magnesio lipo­soluble combinado con dosis más bajas de vitamina B6.

     

     

     Las curas de desintoxicación

    Es posible actuar para sanear el entorno y reducir la exposición a los contaminantes, pero, por desgracia, con tan pocos cambios drásticos en el ámbito de la sociedad, vamos a continuar reci­biendo abundantes suplementos mediante las sustancias tóxicas de las que están cargados el aire, el agua, los alimentos, la ropa, las viviendas, el transporte público o el trabajo. Por eso, además de introducir varios nutrientes como apoyo de la desintoxica­ción en los complementos generalistas diarios, sería conveniente someterse a unas curas de principios activos más intensos.

     

    Hoy en día eso es posible gracias a complejos que asocien prin­cipios activos que inhiben la absorción de los contaminantes, favoreciendo su eliminación por la orina y por medio de la bilis, así como su neutralización por el glutatión, un desintoxi­cante universal, y los sistemas hepáticos. En general son curas de diez días combinadas con el consumo de como mínimo un litro y medio de agua mineralizada (té verde o infusión de hibisco), dejar de consumir de raíz alimentos industriales, no tomar café, alcohol ni proteínas animales. Se recomienda tam­bién la práctica durante entre una y dos horas de actividades físicas intensas al día, así como posibles saunas y masajes pal­pado-rodado o drenajes linfáticos. A ello hay que asociar 125 mg de vitamina C (no efervescente) cada hora durante el día.

     

    La frecuencia de las curas se debe ajustar en función de la exposición a los contaminantes y unos posibles análisis bioló­gicos (como el 8OHDG en las 24 horas de orina, que evalúa la intensidad del ametrallamiento del ADN por parte de los radicales libres y los contaminantes). Esto puede hacerse entre una vez al año y una vez al mes. ¡Atención!: Esta cura no se puede seguir en caso de quimioterapia, radioterapia o si se toman medicamentos vitales (imprescindibles) a diario, ya que el complejo los depura también de manera muy significativa.

     

     

    Los estimulantes de la reparación del ADN

    Los avances de la investigación han permitido identificar estimulantes de la reparación del ADN, crucial para la prevención del cáncer, la desaceleración de los fenómenos de envejecimiento y, de manera más amplia, el conjunto de enfermedades degenerativas.

     

    Hoy en día también hay curas posibles. Combinan luteolina, rutina, quercetina, ácido rosmarínico y nicoti­namida (vitamina PP). Es incompatible con la quimioterapia o la radioterapia, con las que podría interferir.

     

     El refuerzo de la inmunidad

    Si estamos sujetos a infecciones y mucho más si somos portadores de una infección crónica por Heli­cobacter pylori, una hepatitis crónica o una infección por papilomavirus, factores de riesgo o lesiones precancerosas, es sensato completar los apoyos de la inmunidad incluidos en el complemento diario con curas de inmunonutrición más dosificadas.

     

    Es posible hacer a principios de invierno una cura de diez a quince días a base de unos 7,5 g de glutamina (el carburante principal de los glóbulos blancos), así como otros nutrientes esenciales de la inmunidad, excepto el zinc (presente en los complejos generalistas diarios pero que no está presente en este com­plemento). Hay que añadirle 125 mg de vitamina C cada una o dos horas. El número de curas se debe evaluar en función del grado de inmunodepresión.

     

     

     

    REFERENCIAS:

     

     Jean-Paul Curtay

    Puede consultar las referencias científicas de este especial sobre el cáncer en la siguiente dirección:

    URL: http://saludnutricionbienestar.com/dossiers/fuentes-especial-cancer.pdf